Sobretaula #18: La Intimitat, per Judith Cutrona
La Judith és periodista i coneix com ningú tot el que passa a Barcelona
Hola! Moltes gràcies per ser aquí un diumenge més. Aquest estiu estem parlant sobre la Intimitat a través de diferents veus, perspectives i formats i estan sortint unes peces xulíssimes i molt interessants. Si heu arribat per casualitat o us han passat l'enllaç, us podeu subscriure a Sobretaula posant el vostre correu aquí:
Una abraçada!
Paula.
A vegades, es tracta de saber on posar la mirada, en què et fixes, aquell detall sobre el qual construeixes una història. I la Judith fa precisament això. Explica històries que a vegades fan de mirall i, a vegades, ajuden a posar en paraules el desordre que tenim al cap. Aquí teniu el primer conte que publica (i que espero molt fortament que sigui el primer de molts) sobre la Intimitat quotidiana, efímera i inconscient.
A cualquier otra parte
Por Judith Cutrona
¿Cuántas veces habrá pensado en la cantidad de maquillaje que tiene y que no usa? En la necesidad de perder 20 segundos cada día buscando entre un estuche enorme lleno de potingues. Lo piensa cada mañana mientras se pone rimel antes de ir a trabajar. Una pasada, y otra y otra, hasta que las pestañas terminan siendo una masa compacta que seguirá ahí durante todo el día porque ya no le quedan ni ganas para coger una toallita desmaquillante. Toma distancia ante el espejo, ladea la cabeza hacia la derecha y se mira los ojos. Bueno, ni tan mal, se dice a ella misma. Da media vuelta para comprobar que los tejanos le hacen buen culo y que la camiseta le ajusta lo suficiente como para marcar pecho.
Lo único que le salva últimamente es autoconvencerse: de que lo peor de la pandemia ya ha pasado, de que le subirán el sueldo y podrá independizarse, de que volverá a salir de fiesta después de beberse cuatro copas de vino con sus amigas casi sin darse cuenta, de que la hora de vuelta a casa no importará nunca más porque no habrán más toques de queda, de que los bares estarán permanentemente abiertos, de que algún día dejará de tener esta incertidumbre encima. No siempre funciona.
Sale de casa con el móvil en la mano y le cuesta decidir si ir directamente a Spotify, contestar al audio de Whatsapp que acaba de recibir o revisar Instagram para comprobar que no se ha perdido nada en la última hora que no lo ha mirado. Se mira en todos los portales por donde pasa y piensa que debería haberse puesto otro pantalón. Incluso le da rabia no haber estrenado la falda que se compró la semana pasada cuando, en un arrebato de felicidad, decidió que le hacía un tipazo. Se siente pesada. Piensa que por qué no podría ser un poco más alta, más estilizada, más elegante.
“Se mira en todos los portales por donde pasa y piensa que debería haberse puesto otro pantalón”
Se recoge el pelo con una pinza y maldice el calor. De repente una brisa de aire le suelta dos mechones, que le caen encima de los ojos y le despeina el recogido. Se comprueba el peinado, de nuevo, en un portal. Piensa que le favorece y sonríe. Cruza la mirada con un chico al que solo le ve los ojos. Cree que la ha pillado y tiene la sensación de que él lo ha captado absolutamente todo. Se le cae la mascarilla al suelo y vuela hasta el hueco de un árbol. Corre tras ella a buscarla. No lleva ninguna de recambio. Resopla y se desmonta el recogido. El chico ha captado toda la escena. Menos mal que las escaleras del Metro la hacen desaparecer. Mientras espera a que llegue el Metro, se pone los cascos y va directa a Turnedo, de Iván Ferreiro. Recuerda lo que hizo el fin de semana, lo bien que se lo pasó en la fiesta de Sofía y en por qué se comportó como una niña que no sabe afrontar un encuentro con alguien que ha sido realmente importante en su vida.
El viernes rechazó una oferta de trabajo y todavía no se lo ha contado a nadie. Llevaba meses esperando a que la llamaran, imaginando el momento en que se lo contaría a su madre y a Marina, su mejor amiga. Se veía entrando por la puerta de la universidad, poniéndose delante de sus alumnos el primer día diciéndoles que es la nueva profesora de Historia Contemporánea. Sabía cómo se presentaría a sus compañeros y que se vestiría con la falda negra alta y la blusa blanca holgada. Que iría con el pelo suelto y que se haría unas ondas en el flequillo con la plancha que le regaló su hermana. Que estrenaría por fin el pintalabios granate, el que su jefe no le deja ponerse porque considera que es demasiado atrevido para una recepcionista de hotel.
Consigue sitio en un vagón. No siempre es fácil. A veces piensa que es demasiado joven para robarle el asiento a alguien mayor. Se fija en la madre y el niño que están a su lado. Le molesta que el niño grite, pero le parece entrañable la manera en que se miran. Se acuerda de su madre, de cómo le acompañaba cada día al colegio, no sin antes preguntarle tres o cuatro veces si había cogido el desayuno. Fue una pregunta recurrente mínimo hasta los 18 años. Si no era el desayuno, era el monedero, y si no era el monedero, era la chaqueta. Su madre siempre decía que algún día olvidaría la cabeza en casa. Ojalá olvidarla en algún lado y deshacerse de ella, le respondía.
¿En qué momento ha dejado de creer que podría dedicarse a la docencia? ¿pero porqué no es capaz de contárselo a nadie?, se pregunta mientras las palabras de su madre retumban en su cabeza: no magnifiques las cosas. Piensa un poco. Eres mucho más capaz de lo que crees.
Sale del Metro, abre Whatsapp y busca el chat de Marina. Pulsa el botón de grabar. Durante tres minutos, le explica que ha rechazado el trabajo de su vida y finalmente decide borrarlo. Solo son las nueve de la mañana y no sabe por donde empezar. Suena Laponia de La La Love you.
Le molesta su música, los coches, la gente que anda rápido y se para a comprar un café mientras le resopla en la nuca al de delante de la cola. Odia trabajar en el centro, las calles rectas del Eixample, tener que ir jugando al Tetris para que el trayecto sea más entretenido. Le aburre andar haciendo eles. En la Verneda, donde vive, puede pasear por la Rambla Prim sin el trasiego de los coches, entretenerse comprobando quién está en los bares que la regentan, todos con las persianas subidas. Mirar a los ancianos que pasan la tarde en un banco o cotillear quién habrá bajado a El Farré, el bar donde siempre iba con los del cole. El ritmo es distinto. Le gusta.
“Odia trabajar en el centro, las calles rectas del Eixample, tener que ir jugando al Tetris para que el trayecto sea más entretenido. Le aburre andar haciendo eles”
Decide darse un capricho y desvía su trayecto hacia la Pastissería Santa Clara. Está al lado de la papelería donde siempre compra los bolis que pierde. En Balmes con Córcega. Es de las pocas cosas que le gustan de su camino al trabajo: cuando decide cambiar de ruta antes de llegar al hotel. Se tropieza con el peldaño de la entrada. “Cuidao, hija! Se nos han pegado las sábanas hoy, eh?”. Es Rosa y no recuerda un día en el que no estuviera detrás del mostrador. Es la mujer más carismática que ha conocido nunca. Vino de Murcia a Barcelona con 13 años y trabaja en la pastelería desde los 20. Ella siempre dice que se conoce a todo el Eixample, aunque lo que realmente le gusta es hablar de los demás. Es de esas personas que siempre tienen un comentario a punto. Tan pronto te dicen que estás guapísima como que te has engordado tres kilos. De tantos años tratando con los clientes, tiene la ventaja (o inconveniente) de saber leer a las personas; aunque solo las conozca de comprar una tarta de manzana caramelizada en los días raros.
— ¡Mírala! Ahora hace días que no venías. ¡Me tenías preocupada! — dice subiéndose las gafas y tirándose el pelo hacia atrás con las dos manos. Siempre está acalorada y la mascarilla le desespera —. Mira, te he guardado esto para ti — y le da una bolsita de bombones con una tarjeta con su nombre. Se los tenía guardados desde hace una semana. Sonríe con ternura, con la mascarilla por debajo de la nariz, como si pudiera intuir y ver todo lo que le rebosa.
—Estuve muy liada la semana pasada, tuve una entrevista de trabajo —le dice casi sin pensar. Se sorprende a ella misma por la facilidad con la que las palabras han salido de su boca.
— Ai, ¡la virgen! No em diguis això! ¿Pero cómo ha sido? Que callao te lo tenías, eh. ¿Supongo que has dicho que sí, no? Verás cuando se lo digas a tu jefe. ¡Já! Bien merecido lo tiene, no et mereix ni un pèl.
Mira hacia el suelo. Rosa lo entiende. Repite una y otra vez que en el hotel ganará más dinero, que lo necesita, que ahora que la pandemia empieza a pasar, que los turistas vuelven a la ciudad. El teléfono vibra. Una, dos, tres veces seguidas. Es Marina. Le ha enviado un audio. Ahora no quiere ni puede escuchar. Rosa no sabe cómo terminar la conversación. Sigue hablando. Siente una presión en el pecho. Entonces piensa que por qué no se lo ha contado a su madre. Ni a sus amigas. Nadie lo sabe. Ahora no es el momento, ahora no es el momento, ahora no es el momento.
—¿Lo de siempre, carinyo? — y mientras se lo pregunta ya tiene en el mostrador su tarta de manzana caramelizada, esta vez acompañada de un capuccino.
—Gracias, Rosa. Ens veiem!
Les Engrunes de la Judith
Aquests dies he tornat a veure This is us. Em fascina la valentia amb la que tots els personatges afronten les seves pors i els vertígens de la vida. Ben carregada d’emocionalitat i amb molta dosi d’intimitat. Recomanadíssima.
‘Piscinas Vacías’ sempre serà el meu llibre preferit de la Laura Ferrero. La vaig descobrir amb aquest recull de relats i des d'aleshores s'ha convertit en una de les meves autores de referència. Escriure sobre el que no diem, aquella part més oculta i íntima, que a vegades (per no dir sempre) acaba sent el que més ens defineix. Us deixo un fragment que m’acompanya sempre:
“La noche del día en que la conoció no pudo dormir. A ella le pasó lo mismo, pero no se lo dijo a nadie. A veces, no decir las cosas es otra manera de constatarlas. También somos lo que callamos”.
Recupero aquest article de la Ángeles Caballero a El Confidencial. D’aquells que t’arriben en el moment oportú. Com es buida una historia? Com es fa per no sentir envaïda la teva intimitat quan altres viuran entre les parets que t’han vist créixer?
“Y eso es lo que hacemos antes de salir de casa: escapar de nosotros para proyectarnos en el espejo, y desde ahí, desde nuestra réplica, lanzarnos una mirada valorativa. La vida cotidiana está tan llena de espejos que no somos conscientes de la cantidad de coyunturas en las que los utilizamos para revisitarnos como el que vuelve al barrio del que salió”. Eso somos.
I crec que per culpa de This is us, m’he tornat a viciar a To build a home. És tan brutal.
Moltes gràcies per llegir!
Fins la setmana que ve 💌